jueves, 31 de marzo de 2011

¿Qué tiene que aprender EE.UU. del terremoto de Japón?

Algunos sismólogos estadounidenses temen que se produzca un seísmo de similares características en la región de «Cascadia» entre Canadá y EE.UU


ADRIÁN DELGADO| Japón se encuentra encaramado en el llamado «Anillo de Fuego» del Pacífico y que se haya producido un terremoto de gran magnitud no es de extrañar. Sus sistemas de alerta se encuentran entre los más sofisticados del mundo y sin duda, gracias a ellos se han podido salvar miles de vidas. Ahora, los científicos estadounidense del noroeste del Pacífico miran con recelo la falla «Cascadia» subdividida entre Canadá y EE.UU. que en 1700 provocó un terremoto –estimado en 9 grados de magnitud en la escala de Richter– que rompió dicha falla a través de mil kilometros, con un promedio de deslizamiento de veinte metros. El miedo a que se pueda reproducir el célebre terremoto de «Cascadia» puede obligar a Japón y a EE.UU, así como a todo el noroeste del Pacífico, a reexaminar su propia preparación sismológica.

John Vidale, sismólogo de la Universidad de Washington ha afirmado que este terremoto va a ser la referencia para el noroeste del Pacífico cuando se rompa la falla «Cascadia», y añade: «Sabemos que va a producirse un fuerte seísmo en esta región. La cuestión es cuando se producirá».

El noroeste del Pacífico se encuentra en una zona de subducción en la que una placa tectónica se hunde bajo otra –a diferencia de una zona de cizalla como la de California, donde las placas se frotan una sobre otra en sentido horizontal–. Ambos tipos de terremotos pueden ser devastadores, pero sólo los temblores en las zonas de subducción causan tsunamis. La magnitud del terremoto que sacudió Japón, recientemente estimada de nuevo en 9.1 grados en la escala de Richter, se sentió en su intensidad pura, según la revista Science.

Japón no está fuera de peligro, pero EE.UU tampoco. Vidale afirma que el peligro real de Japón no son las réplicas de este terremoto si no un gran seísmo en una falla que corre cerca de Tokio, que ahora tiene más presión. Cuándo sucederá es aún una incógnita a resolver, afirma este experto. Por su parte, Robert Woodward de Incorporated Research Institutions for Seismology en Washington, espera que el terremoto sea una mina de oro de información para los investigadores en el futuro. Y Vidale afirma que la tarea de los científicos será ahora examinar los datos sismológicos de Japón en los días previos al terremoto para poder establecer patrones de temblores que podrían predecir terremotos futuros, como el previsible seísmo de la falla de «Cascadia».

Los sofisticados sistemas de alerta japoneses ayudaron a mitigar los daños. Sus avanzados sismógrafos recogieron los primeros temblores enviando una alerta automática a las estaciones de televisión y otros medios un minuto antes del seísmo. Vidale, opina que este ha sido un terremoto cuyos sistemas de predicción estaban bien instrumentados. Por eso cree que podrían funcionar en la zona de «Cascadia» al ser un entrono muy similar al noroeste del Pacífico. Este experto sismólogo estima que la instalación de este sistema de respuesta en esta región costaría unos cincuenta millones de dólares, más un millón anual por mantenimiento. En comparación con una cifra de miles de millones de dólares en daños económicos que el United States Geological Survey ha previsto para la catástrofe que ha sacudido Japón, los sismólogos estadounidenses creen que puede ser una buena inversión.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Radiografía de un cómico doctor honoris causa

 Gómez recibe los atributos de doctor honoris causa 
de manos del rector de la UCM, Carlos Berzosa

ADRIÁN DELGADO | El actor y director teatral José Luis Gómez ha sido investido doctor honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid (UCM) en un acto histórico que reconoce la importancia del teatro en la vida cultural española. Es la primera vez en la historia de la universidad que un cómico recibe tales honores. El laudatio ha corrido a cargo del catedrático de Literatura Española y director del Instituto de Teatro de Madrid, Javier Huerta, en un acto –quizá el último de este tipo para él– presidido por el rector de la UCM, Carlos Berzosa.
 
En su discurso de investidura, el actor ha repasado su carrera profesional remontándose a unos orígenes teatrales hasta ahora desconocidos. Detrás de sus premios y sus reconocimientos internacionales se halla la historia de un niño onubense llamado Pepe Luis que descubrió –con tan sólo nueve años– la magia del teatro. Lo hizo recitando la Canción del Pirata de Espronceda subido una mesa en la pensión que regentaban sus padres en Huelva. Ellos quisieron procurarle un oficio con beneficio relacionado con la hostelería, pero aquel niño quería sentir de nuevo el «éxtasis de Espronceda»: «Nadie pudo evitar que yo me “emperrara” en ser actor».

José Luis Gómez nació el 19 de abril de 1940. Durante su juventud viajó a Madrid como parte de los planes de futuro que sus padres habían pensado para él. Trabajó en algún que otro hotel como aprendiz de cocina. Sin embargo, su cabeza volaba cada vez más alto mientras recitaba versos en falsete de La vida es sueño tratando de corregir su «indomable acento andaluz». Huyó de Madrid buscando un nuevo empleo en París como camarero y lo encontró en un café enfrente del Théâtre de l'Odéon, donde medio siglo más tarde dirigió, precisamente, La Vida es Sueño.

Quiso el destino que algunos años después José Luis Gómez pisara suelo alemán. La República Federal Alemana le resultó un país totalmente desconocido y fascinante. Allí le comunicó a su padre por conferencia telefónica que abandonaba su carrera hostelera para formarse como actor. «¿Se puede aprender a ser actor?», interpeló de forma retórica al público durante su discurso. Se instruyó en el Instituto de Arte Dramático de Westfalia en Bochum donde demostró un gran interés por el mimo y después en la escuela de Jacques Lecoq en París. Al finalizar sus primeros estudios teatrales, José Luis Gómez no había hecho otra cosa que –en sus propias palabras– perder el miedo a hacer teatro.

Sus primeros trabajos profesionales como actor y director los desarrolló en los principales teatros de la República Federal Alemana. Pero tras aquellos años iniciales, en los que se sentía como en casa representando a autores germanos y franceses, le surgió la necesidad de volver a España. Y así lo hizo después de su encuentro con Jerzy Grotowski, en 1971. De este modo puso en marcha sus primeros proyectos como director, actor y productor en aquella España tardofranquista con trabajos rompedores como: Informe para una Academia de Kafka, Gaspar de Handke y La resistible ascensión de Arturo Ui de Bertolt Brecht. 

Director del Centro Dramático Nacional, junto a Nuria Espert y Ramón Tamayo, y dos años más tarde del Teatro Español, actualmente está concentrado en la gestión y dirección del Teatro de La Abadía. Este escenario es para Gómez un lugar donde «estimular la pasión del teatro, un reducto de la palabra en acción que se libera como un dardo desde el cuerpo, desde el corazón, y así reivindicar a los poetas». Gómez ha recibido su premio a toda una vida dedicada a ese «éxtasis de Espronceda» con el que abría su discurso. 

Para concluir recordó dos ideas para él fundamentales. La primera, que la recompensa a su trabajo no es el aplauso sino el vínculo creado con el público en ese «tiempo paralelo a la realidad» que es el teatro. La segunda, citando a Joseph Conrad, que la pericia de la técnica es más que honradez: es un sentimiento, no enteramente utilitario, que abarca la honradez, la gracia y la regla y que podría llamarse el honor del trabajo y –matizando, concluyó–: «Hay un tipo de eficiencia, sin fisuras prácticamente, que puede alcanzarse de modo natural en la lucha por el sustento. Pero hay algo más, un punto más alto, un sutil e inconfundible toque de amor y de orgullo que va más allá de la mera pericia; casi una inspiración que confiere a toda obra ese acabado que es casi arte, que es el arte».

lunes, 14 de marzo de 2011

De la Plaza Tahrir a la calle de la Libertad

Danza, espiritualidad y lucha se mezclan en la figura de Fathy Andrawis, un bailarín y coreógrafo egipcio que llegó a Madrid buscando la paz

 Yasmina junto a su madre Techi León en la academia El Karnak

ADRIÁN DELGADO| Existe en Madrid un lugar que esconde tras su número siete la vida de un hombre que atravesó las barreras de Egipto buscando la libertad. En un momento en el que las revoluciones del mundo árabe están en boca de todos, cabría pensar que se trata de una de las muchas personas que han luchado en la Plaza Tahrir, pero su historia se remonta casi tres décadas en el tiempo. «Libertad» se llama la calle en la que se ubica hoy su legado, su familia y su pasión: la danza oriental. Fathy Andrawis fue un hombre culto y místico, muy adelantado a su tiempo, que salió de su tierra en un éxodo hacia la inspiración y la paz huyendo de las cadenas que le impedían desarrollar su arte.
 
          Agobiado por tener que justificar su actividad, encontró la tranquilidad en España hace treinta años y fundó en Madrid El Karnak, la primera academia de danza oriental en 1995. En Egipto nunca fue popular por ser cristiano copto. Heredó a través de la tradición oral toda la sabiduría faraónica de sus antepasado que, tras su muerte hace doce años, fue recogida por su hija Yasmina y por Techi, su mujer. Sus vidas, profundamente unidas entre sí, forman una familia al margen de convencionalismos y fronteras, con una proyección casi universal. Actualmente y fruto de las revoluciones que están teniendo lugar en el mundo árabe, su caso es una fuente de esperanza para sus amigos y sus familiares en El Cairo.
 
          Fathy Andrawis nació casualmente en Sudán - aunque su nacionalidad siempre fue egipcia- mientras su padre trabajaba para una compañía inglesa en la construcción del ferrocarril. Recibió de su madre una educación francesa que según su mujer le hizo ser curioso y abrir su mente a otras realidades. Viajó por medio mundo exhibiendo en teatros y palacios la danza oriental con un rigor propio de un ritual sagrado. El siempre quiso que la mujer lograra tener confianza y seguridad en si misma gracias al baile: «La mujer debe bailar como una "reina" y no como una esclava del sexo»,escribió en sus memorias. Encontró el amor en una paraguaya llamada Techi León y juntos engendraron a Yasmina, que nació en España. La visión del árbol genealógico de esta familia presenta un crisol de culturas que pasa por tres continentes distintos: África, América y Europa.


Una huida hacia adelante 
 
«Abandonar la tierra que le vio crecer fue un trago amargo que Fathy siempre tuvo en la garganta. Amaba profundamente a Egipto pero tenía una mente universal», explica su hija. Considerado como Excelencia artística por el estado egipcio, fue director del Grupo Folclórico Nacional y Consejero del Instituto Superior de Danza entre otros muchos cargos, pero su condición de cristiano copto supuso una barrera insalvable para subir más en el escalafón de la danza y desarrollar su arte libremente. Ahora que muchos celebran el triunfo de la revolución de la plaza de Tahrir su mujer recuerda sus palabras: «El tiempo va en nuestra contra».

Yasmina tiene treinta y dos años. Se siente más española que egipcia y no tiene añoranza por la tierra de su padre. Fue nombrada por él como heredera de su academia y de sus funciones como maestro minutos antes de morir. «Nunca he vivido en Egipto, sólo he estado allí de vacaciones», afirma. Culturalmente se encuentra en sintonía con la idiosincrasia egipcia. Es cristiana copta, como su padre, por el que además de tener un profundo respeto siente una gran admiración. De él dice haber aprendido a bailar contando historias, mostrando la belleza y el respeto hacia el ser humano. En parte Yasmina explica que su padre huyó hacia adelante porque los valores culturales y morales en Egipto se habían politizado y, por ende, tergiversado desde los setenta. Y su madre matiza: «Aun así Egipto es para nosotras el país de referencia en el mundo árabe. Su pueblo se siente orgulloso de su historia y de su cultura, pero a la vez existen ciertos condicionamientos que impiden que las cosas se desarrollen de una forma natural. La danza sólo es un ejemplo. El tema es más complicado de lo que parece a los ojos de occidente».

Internet es el futuro
A pesar de no añorar la tierra de su padre,
Yasmina se alegra del triunfo de la revolución
y afirma: «Internet y los jóvenes son muy 
importantes para la democracia en Egipto»

          Fathy sintió «zancadilleados», como muchos de sus compatriotas, algunos de sus sueños, pero nunca guardó rencor hacia aquellos que en un momento determinado le impidieron cumplirlos. Yasmina cuenta que su padre amaba al ser humano por encima de todo y que nunca usó la religión como un argumento para querer a nadie. «Fathy apreciaba a sus “hermanos musulmanes” tanto como ellos a él. Los problemas religiosos allí se mueven en unas esferas muy distintas a la “intimidad” del barrio, de la calle, de la familia. Sólo el radicalismo enturbió la paz en Egipto», explica su mujer.

Danza y libertad
«Egipto debe ser cauteloso en sus pasos hacia
su futuro democrático, como una bailarina», afirma
Techi recordando las palabras de su marido
Fathy Andrawis
 
          Egipto vive hoy un momento en el que la lucha, el éxito y la alegría se unen a la esperanza por vivir un tiempo mejor que el pasado. Ahora en Madrid, a cuatro mil kilómetros de la plaza de Tahrir, se recuerda la historia de uno de sus hombres. «Él hubiera dicho que ahora hay que entrenar duro para no olvidar que antes de ser una “reina” de la danza del vientre se es una aprendiz. Egipto debe ser cauteloso en sus pasos hacia su futuro democrático, como una bailarina», explica Techi. Su mujer y su hija coinciden en que Fathy siempre explicaba todo usando la danza como una metáfora de algo, que casualmente, lleva el mismo nombre que la calle en la que se encuentra su legado: «Libertad».

Pasado
Techi León mantiene vivo el aspecto luchador de su marido Fathy Andrawis en la academia El Karnak. Su peculiar concepción de la danza del vientre como un ejercicio de libertad y espiritualidad ha sido transmitido a su hija Yasmina Andrawis. Tras la muerte de Fathy ésta heredó la responsabilidad de dirigir artísticamente la academia.

Presente
Yasmina Andrawis tomó las riendas de la academia cuando sólo tenia veinte años. En ella se hace realidad el cambio generacional. Su origen es muy exótico y pasa por tres continentes: su padre era egipcio, su madre paraguaya y ella es española. Afirma no formar parte del mundo árabe aunque se siente profundamente ligado a él culturalmente.

Futuro
Yasmina Andrawis tiene un hijo de dos años al que su abuela Techi se refiere como «el pequeño heredero de todo». Es la última pieza de un crisol cultural dentro de una familia poco convencional.
 

miércoles, 9 de marzo de 2011

Inocencio Arias: «Apoyar a Aznar en la guerra de Iraq no fue un plato exquisito»


 ADRIÁN DELGADO| Inocencio Arias acaba de jubilarse como cónsul general de España en Los Ángeles tras cuarenta y un años de servicio y algún flirteo con el mundo del fútbol llevando la dirección general del Real Madrid. En su esfera privada comparte las mismas aficiones que el «ratón de Susanita»: le gusta el fútbol, el cine y el teatro. De familia acomodada, llegó a la carrera diplomática tras una oposición «traumática», que confiesa haber superado, pero que aún le hace tener alguna pesadilla. De no haber sido diplomático habría sido periodista: «Tengo esa vocación frustrada, por eso haber ocupado la jefatura de la Oficina de Información Diplomática con todos los Presidentes democráticos ha sido un placer». Tras una vida entera al servicio del Estado, ocupando cargos como secretario de Exteriores y secretario de Estado para la Cooperación en Sudamérica, desmiente ser un diplomático «atípico», sino que más bien dice haber tenido mucha suerte en su carrera. Fruto de esa suerte y de su trabajo llegó a desempeñar el cargo de Embajador de la ONU en un momento tan crucial como fue la guerra de Iraq.

          En declaraciones a ABC reconoce haber vivido entonces su etapa más difícil al servicio de España. «Aznar decidió alinearse con EE.UU. en Iraq a partir de Perejil», explica Arias. «Apoyarle no fue un plato exquisito, pero aún así fue interesante -y añade-, yo no quería que España interviniera en Iraq, sin embargo estaba convencido de que había armas de destrucción masiva». De aquel conflicto asegura que Aznar -aunque tenía el apoyo del Parlamento- cometió el error de no haber escuchado a la opinión pública. Se define como un hombre de palabra al que siempre le ha importado «tres pimientos» quien le mande: «Yo sólo he servido a mi Estado, pero a partir de aquel momento me convertí en una oveja negra para el Gobierno de Zapatero».

          Se siente orgulloso de no haber estado afiliado nunca a ningún partido y cree que haber llegado a ocupar cargos tan importantes sin ese soporte es un mérito personal. «Yo he servido al Gobierno, no al partido que estaba en el poder». De la política exterior de Zapatero dice que es «vacilante, errática y sin credibilidad y está obsesionado con golpes de efecto como la Alianza de Civilizaciones, pero ¿qué “cuerno” es eso?», exclama. Cuando habla del futuro cree que Rajoy, si llega al poder, no podrá hacerlo peor: «Habría que darle una oportunidad», concluye.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Sobre el olvido y la justicia

Manifestación del año pasado a favor de Baltasar Garzón

La justicia universal tiene por fundamento asistir como una pieza de puzle que ha de encajarse en los vacíos de los sistemas judiciales nacionales cuando el sentido común indica que el derecho no ha sido del todo justo. La justicia no puede ser tomada como una ciencia lógica, una matemática que ha de dar siempre el mismo resultado en todos los casos. Es ella la que apela a un sentido crítico, inherente al ser humano por ser humano, que nunca ha de perderse de vista. Pero cuando en una democracia se atropella el sentido crítico, dicha pieza de puzle nos deja expuestos a la vergüenza y el sistema judicial muestra signos de ser incapaz de gobernarse por sí solo.

Probablemente sean pocos los que estas alturas se acuerden de que hace un año España se encontraba inmersa en un profundo debate sobre la “memoria histórica”. Aquel asunto devino meses más tarde en el final de la carrera judicial de Baltasar Garzón en nuestro país. En aquel entonces la Comisión Permanente del Consejo del Poder Judicial, con tres votos a favor y dos en contra, permitió al juez irse como asesor externo a la Corte Penal Internacional de La Haya. Frente a las consideraciones de la Fiscalía, que apoyó el traslado en comisión de servicios especiales de Garzón, la Permanente del Consejo del Poder Judicial opinó que un juez suspendido no podía gozar de dicho estatus jurídico. Una vez más las distintas interpretaciones de una misma ley (la Orgánica del Poder Judicial en su artículo 348) puso en evidencia nuestro sistema judicial, ya que ésta ley no impide que un juez suspendido “cautelarmente” cambie de situación administrativa. En aquella ocasión, como en muchas otras, el imperio de la ley que somete a todos sin distinción dio paso a otro imperio más vergonzoso: el de la ley del embudo.

De aquello nadie se acuerda. Existe en este país la idea de que olvidar es la panacea contra todos los errores, y que es además necesario para mirar hacia el futuro con prosperidad. Precisamente la jurisprudencia, que sienta determinadas bases de actuación con visos de futuro, demostró ser en manos del juez Varela un juguete roto que sólo funcionaba a ratos. Con Garzón no hubo suerte y no funcionó. Tan es así que Varela traicionó su propia jurisprudencia al aceptar que una demanda “popular” (aquella de Falange Española a través de su Asociación Manos Limpias) fuera tenida en cuenta para abrir un procedimiento. En el más viejo todavía caso Atutxa, Luciano Varela se pronunció a favor de restringir la acción popular en el procedimiento contra el entonces presidente del Parlamento Vasco. Lo mismo ocurrió con el caso Botín. Por no hablar de las recomendaciones más que reprochables que este juez dio a dicha asociación respecto a la forma que debía tomar su denuncia.

Baltasar Garzón se vio involucrado en menos de diez meses en tres acusaciones por diversos motivos. Y aquello que nos hizo clamar a muchos contra el cielo hoy está olvidado. El ex instructor de la Audiencia Nacional, a día de hoy sigue afirmando haber actuado lícitamente en las tres causas que se le abrieron (ahora solo dos porque en enero el Supremo paralizó la de prevaricación por la investigación de los crímenes franquistas). Sobre la que más dudas pesaban, la persecución de dichos asesinatos, Estrasburgo le dio la razón al juez. Los crímenes contra la humanidad no prescriben y las leyes nacionales no eximen que puedan ser juzgados. España se quedó entonces huérfana de sentido crítico y de un juez, puede que mediático, sí, pero al que jamás le había temblado el pulso a la hora de sentenciar a asesinos, terroristas, narcotraficantes, dictadores, políticos corruptos, etc.

Un hombre de ley, sin miedo, que se marchó por una justa entre jueces que puso a España y su sistema judicial, nunca mejor dicho, en tela de juicio. ¿Qué ha pasado desde entonces? Que nos hemos olvidado pensando que era lo que había que hacer, aunque algunos sigamos creyendo que la justicia y el olvido no son del todo compatibles.