jueves, 13 de enero de 2011

«Hiroshima» de John Hersey

65 años después de la destrucción de  Hiroshima 
el reportaje de John Hersey sobre seis de sus 
supervivientes sigue siendo un hito del periodismo


Monumento memorial de la paz en Hiroshima

«Hiroshima» o la vigencia 
del nuevo periodismo

John Hersey recogió en este reportaje la historia
de seis supervivientes de la bomba atómica que 
arrasó Hiroshima

Tan solo seis vidas, seis historias bastan para reflexionar sobre la tragedia de la bomba atómica que el 6 de agosto de 1945 hizo parar los relojes de 150.000 vidas a las 8.15 de la mañana. Hiroshima se convirtió pronto en un nombre para justificar la barbarie de la guerra llevada al extremo de la devastación. No obstante la preocupación por la forma en la que se había llevado a cabo inundó los análisis, los estudios, las reflexiones, los informes. Poco espacio quedó para las historias y demasiado para el debate, que no debería siquiera haber tenido lugar. Incluso las imágenes han tenido poca importancia. Solo conmueven los premiados con el Pulitzer que seleccionaron una realidad demasiado dura y compleja como para sentir empatía por las víctimas. Sin embargo, tras aquellas imágenes de desorden y desesperación, había más personas que edificios derribados, había vidas, había muerte, había historias de superación e incluso esperanza. Todo aquello fue obviado y sepultado bajo la importancia de acabar con la guerra más escandalosa del pasado siglo.

         Un año antes de la aparición de aquel especial de «The New Yorker», el 31 de agosto de 1946, que recogió el artículo más famoso de su vida, Jonh Hersey fue premiado con el Pulitzer de periodismo por «La Campana de la Libertad», su primera novela sobre la ocupación militar estadounidense en una pequeña localidad italiana. El éxito de aquella primera obra no consiguió hacer sombra al que sería el reportaje más importante de su carrera. Un texto renovado hasta en dos ocasiones y que conllevó más de 40 años de investigación. Farragoso y complejo, «The New Yorker» reconocería años después que «Hiroshima» es el artículo más famoso publicado por la revista, además de uno de los hitos del  nuevo periodismo.

        Pero no es ahí donde radica su importancia, sino en el hecho de cubrir la inmensa laguna con la que se inició la vida tras la muerte de la Segunda Guerra Mundial. Un lapsus de memoria y de justicia que a menudo la distancia física y cultural suele favorecer, incluso, en la actualidad. Las malas noticias son un impacto de realidad que nos conmueven temporalmente pero a las que estamos demasiado acostumbrados y sobre las que, cada vez menos, nos solemos hacer preguntas. Son esas preguntas, en este caso sobre «Hiroshima», las que trató de responder John Hersey. Lo logró utilizando cuantos medios y técnicas dispuso en aquel momento, sobre todo valiéndose de la entrevista.

       Este género periodístico se convirtió en la forma más elemental de dar voz al testimonio de seis supervivientes -un oficinista, un médico, la viuda de un sastre, un sacerdote alemán, un joven cirujano y un ministro metodista- que distribuidos en cuatro capítulos bastan para ofrecer una panorámica visual y emocional ilustrativa de aquella situación catastrófica. El detalle, como hilo conductor, supone la esencia de esta obra. Hersey no recurre al sentimentalismo sino a dosis de hechos y de realidad carentes de justificaciones y de opiniones. Maestro en el uso del contexto, Hersey presenta  seis historias, que se entrelazan en algún punto, llegando a demostrar lo caprichosa que es la casualidad dentro de un desorden inconmensurable como fue el de la bomba atómica. Todo bajo un uso impecable del narrador omnisciente que apenas deja su huella en el relato.

La importancia del detalle

El texto se presenta bajo la fuerza que ejerce una estructura muy definida y cíclica en la que el factor tiempo resulta determinante. De este modo podemos observar los detalles de cómo transcurrieron los instantes previos, así como las primeras 24 horas posteriores al lanzamiento de la bomba «Little Boy» desde el «Enola Gay». También el devenir de los días siguientes y las consecuencias del desastre un año después. Por último, dentro de las dos revisiones antes mencionadas, expone un espacio temporal de más de 30 años en las que se explican «Las secuelas del desastre» sobre esas seis vidas hasta 1985, algo que también fue publicado en un especial de «The New Yorker».

       Entre los más críticos con este artículo se encuentran aquellos que consideran que Hersey nunca fue un gran prosista. Otros creen que este texto está plagado de datos y de cifras que pueden llegar a confundir al lector. Una precisión que en todo caso supone un mal menor y que, entre otras cosas, logró poner nerviosos a quienes tomaron la decisión de probar los efectos de aquellas bombas sobre la población de Hiroshima y Nagasaki dentro de aquel plan macabro para poner fin a la guerra apodado «Proyecto Manhattan».

       Pero si el texto en sí resulta interesante, no dejan de serlo también las reacciones que tuvo. La inmediatez con la que fue abordado el asunto por Hersey despertó el temor a una opinión pública contraria a los manidos «intereses nacionales de Estados Unidos». Truman, Reagan o Stimson (secretario de Guerra entonces) vieron en el especial de «The New Yorker» un ataque contra dichos intereses. 

Una apuesta arriesgada

Pocos meses después de su publica<CW-40>ción, bajo la urgente necesidad de controlar una opinión pública escandalizada, Stimson sacaría a la luz un texto publicado bajo el título de «La Decisión de usar la Bomba Atómica» como respuesta oficial a las incómodas revelaciones de Hersey. En él, Stimson le dio al mundo la tranquilidad moral de saber que la bomba atómica sirvió «para salvar vidas»
 
       La apuesta de «The New Yorker» por dedicar todo un número a la publicación de un artículo es en la actualidad una osadía que los medios no se atreverían a asumir. Falta espacio y tiempo y sobran estudios de mercado y reflexiones en términos económicos. Algo que sin duda acaba por desvirtuar el sentido de un periodismo a medio y largo plazo en el que las historias evolucionen y en el que se pueda atender a un pasado, a un presente y a un inesperado futuro. No se sabe, sin embargo, qué cantidad de lectores apostarían por este tipo de reportajes densos (informativamente hablando) en un momento en el que premia la brevedad, la inmediatez y la fugacidad de los hechos. ¿En qué posición queda el valor añadido del tiempo que supone analizar los hechos con cautela? La inmediatez de Hersey fue únicamente para ponerse a trabajar y obtener datos e información. No tuvo prisa en vender sus resultados, tampoco la tuvo «The New Yorker» para comprárselos. Solo  cabe pensar en que un reportaje de estas características está condenado a existir fuera de las publicaciones periódicas bajo la forma de libro de bolsillo que, aunque resulta una apuesta económica más arriesgada, presenta unas expectativas de beneficio muy superiores.

       Sin embargo hoy sabemos que «Hiroshima»  de Jonh Hersey se ha convertido en una obra inmortal e internacional. Una obra que supo renunciar a la futilidad de los símbolos, de las imágenes generales asociadas al dolor, de las preguntas sin sentido, de la abstracción y de los juicios morales. Se trata de una tarea periodística en el más estricto sentido de la palabra, que sirvió para informar sin vulgarizar. Un trabajo ingente sobre un hecho como Hiroshima, vergonzoso para al hombre, pero que nos recuerda la importancia de la máxima de que “El hombre que olvida su historia está condenado a repetirla”.

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